Somos un colectivo pequeño cuyo trabajo se ha enriquecido del aporte de muchas personas que, desde el arte, la academia y el activismo, han visto en OPQ un espacio de expresión y de generación de propuestas alternativas para complejizar la manera en la que entendemos la disidencia sexual y de género en Nicaragua y Centroamérica.
Nuestras experiencias de vida, nuestras propias disidencias, y los espacios desde donde aportamos a esta tarea, son disímiles. Sin embargo compartimos, además de una pequeña comunidad de apoyo y de cuidados, algunas ideas que sirvieron de base para la creación del colectivo.
Partimos de la idea feminista de que lo personal es político. La forma en que damos sentido al mundo, a la desigualdad social y la violencia sistémica, y la forma en que nos relacionamos, son espacios políticos desde donde se pueden generar cambios profundos. El cambio social no se puede separar de las transformaciones personales. Nuestros propios comportamientos, percepciones y deseos están interrelacionados con estructuras sociales más amplias. Cambiar esas estructuras sin cambiarnos a nosotres mismes y nuestras comunidades, genera solo transformaciones temporales y superficiales.
Las fronteras entre arte, activismo y academia pueden y deben adelgazarse. Abogamos por un activismo nutrido de las reflexiones del mundo académico y del lenguaje artístico, por un arte con contenido político que cuestione activamente el poder, y por una academia que deje de hablar sola y se siente a dialogar con los saberes diversos de les artistas y de quienes cambian el mundo desde las calles.
Las exclusiones y violencias que viven las personas que no calzan en la normatividad sexual y de género, se encuentran entrelazadas con otros sistemas de exclusión como el machismo, el clasismo y el racismo (entre otros). El cochón del barrio que no se asimila como gay ni tiene capacidad de consumo; la lesbiana negra, del caribe, indígena, racializada, que reivindica una sexualidad libre sin prejuicios frente al poder colonial; la trans que no calza con el estereotipo de belleza occidental, blanqueador de la pobreza y la desigualdad; lxs cuerpos e identidades no binaries rompiendo con el binarismo de género y construyendo otras formas de ser; la trabajadora sexual que no se ve reflejada en los discursos abolicionistas; la mujer bisexual en una relación poliamorosa, o la heterosexual en una relación monógama que desmonta en su día a día las falacias del amor romántico, son las personas con las que el colectivo se propone pensar en conjunto otras formas de ser y hacer disidencia.
Las comunidades de autocuidado son necesarias por razones personales y políticas. Las personas que no se ajustan a las normativas de género dominante y las normas sexuales, que no son blancas, cis-masculinas, capacitadas, jóvenes, clase alta, etc., experimentan diferentes niveles de exclusión a lo largo de sus vidas. Algunes de nosotres hemos experimentado el dolor de ser expulsades de nuestras propias familias, escuelas, trabajos, iglesias, etc., debido a nuestra disidencia. Estas exclusiones generan una carga económica que empeora las posibilidades de vivir una vida placentera y plena, y por ende es necesario no solo cuestionar las normas económicas y sociales que obstaculizan este fin, sino además recuperar el amor por nosotres mismes y otres, creando comunidades que nos permitan florecer juntes. En un mundo en completo caos debido a la insaciable sed de riqueza de unos pocos, el amor, el cuidado y la comunidad son posiciones políticas fundamentales.